
Que en inglés venía a decir "Cariño, eres la luz de mi vida". Él jamás anunciaba destino cuando el departamento de Rompemaldiciones perteneciente al ministerio inglés le convocaba. No por secretismos por desconfianza en sí, si no porque además de no quebrantar el código deontológico del sistema, lo hacía por seguridad y no por la suya propia se fuese a buscar un lío con la justicia, sino no porque era protector con aquellos a quien amaba.
Por ello, aunque no desveló su próxima ubicación, quiso dejar una pista. Él había abrazado el árabe a nivel nativo como si fuese nacido en el mismo Egipto. Después de todo, todo oriente fue su segunda casa, puesto que pasó más años por allí que por las islas Británicas. Llevaba ya un tiempo sin salir del país, pues con todo lo movido que fue el año pasado, apenas tuvo tiempo para poder pensar en nada más. Suerte que, poco a poco, todas las aguas -al igual que Moshé en su día obró con el Mar Egeo- volvían a su cauce; Aunque sabía que dado como estaba la situación bélica en Irak gracias a los radicalistas islámicos -quienes odiaban con toda su corazón a los magos por relacionarlos íntimamente con acólitos de Shaitán- estaba jugándosela. Y hoy en día, incluso la gente no mágica con los métodos precisos, podían ser toda una amenaza para aquellos quienes portaban sangre mágica en sus venas. El máximo exponente del pecado, acólitos del demonio, enemigos de Alláh. Lancelot por suerte, había aprendido a ser camaleónico entre este tipo de perfiles; Y el ser conocedor de un mil por mil de su cultura, la religión el idioma, y todo el folklore del lugar, le daban la ventaja de pasar completamente desapercibido. Total, él iba a trabajar. Si tenía que fingir ser uno más de ellos, lo iba a hacer en pos de garantizar su airosa salida de aquel país
Pero nadie, ni incluso él mismo hubiese adivinado, a cual alto precio le había salido aquella arriesgada misión. Bastó un momento de distracción, un leve talón de Aquiles con titánico resultado. Sufrió un ataque por parte de unos genios malignos, que le obligó a quedarse más días de los previstos encaramado a la camilla de una clínica ambulante que habían levantado en el mismo campamento. Algo parecido a una maldición cruciatus, pero mucho más potente. Lo que más lamentó, no fue haberse quedado impedido unos días. Si no la imposibilidad de poder comunicarse con Astrid por velar por su bienestar. Ni si quiera supo si alguien cumplió su deseo de mandarle una misiva -algo disfrazada- para poderle otorgar cierta pista sobre lo sucedido.

En cualquier caso, por fin llegó la hora de marcharse a casa.
Habían pasado dos semanas y media, casi. El tiempo se había desplazado hasta finales de Enero, y a él le supuso un completo suplicio el haberse visto obligado a ausentarse, más por un motivo como ese.
Sin avisar, y renqueando, abrió cuidadosamente la puerta de casa. Llevaba una mochila parecido a un equipo militar, tenía el pelo algo más largo, pero no desaliñado. Había tenido la precaución de atraer muy en silencio a su astuto y querido amigo Poe, para que en esta ocasión no diese la voz de alarma; Quería que la muchacha se llevase ante todo, una sorpresa por aquella súbita aparición. Como si fuese un soldado que regresa a casa después de unas maniobras que se hubiesen alargado un poco más de lo contemplado.
Con el cuervo al hombro -quien no picoteó una araña que trepaba el marco por una fabulosa fuerza de voluntad ante cuan obediente era ante Prewett- sigiloso acabó entrando en el salón.
Allí se paró durante un par de segundos, recorriendo con la mirada y el esbozo de algo parecido a una sonrisa el lugar; Deseando volver a encontrarse con su amor.
Pero no parecía que estuviese allí, al menos, no en el salón.